mayo 18, 2010

Riesgos del horror que van más allá del mero susto.

Hay tantos tipos de monstruos como tipos de miedo. ¿Te dan miedo los muertos? Hay zombies y fantasmas. ¿Los caballos? hay centauros. ¿Los murciélagos? Hay vampiros. ¿Las cosas grandes, los peludos, las cosas microscópicas, el mar? En fin, hay uno para cada fobia.

Después de semanas de enterrar la cara en bestiarios medievales, catálogos del horror, novelas de ciencia ficción, libros de texto de la SEP, cuentos de Poe y de Lovecraft, películas de Slashers Serie B en VHS, noticiarios del Canal 40 y, sobre todo, después de vivir la época zombie en la que estamos metidos irremediablemente todos, he llegado a la conclusión de que el horror, lo grotesco, lo mórbido, lo macabro y lo alienante no sólo espanta, sino que se contagia.

Me explico.

Algunos monstruos, los magníficos, los meticulosamente diseñados, asustan con su mera presencia. Sin embargo, la mayoría tiene que estar ahí y, además, emitir algun grito, algún sonido gutural o incluso amagar con garras, colmillos o sierras eléctricas para asustar de verdad. Es natural, después de ver al "Pikolín" Palacios, a Jesús Ochoa, a Cárstens o a la Chupitos, nos hemos acostumbrado a convivir con lo espantoso. A nadie le asusta ya Drácula por estar ahí. Tiene que abrir los brazos, lanzarse contra uno y enseñar los colmillos. Chucky no asusta hasta que se dirige cuchillo en mano a cortarnos el tendón de Aquiles para comenzar la masacre.

Parte fundamental de la anatomía del susto consiste en colocar la mueca correcta en el momento preciso. Abrir la boca exageradamente, torcerla, pelar los ojos o los dientes, gritar y erizar el propio cuero son sólo algunos ejemplos de las muecas a las que refiero.

Aquí la teoría del contagio: un sujeto A quiere asustar a un sujeto B. El sujeto A, de golpe y sin previo aviso, abre la boca y los ojos desmesuradamente y grita (comúnmente las sílabas "Agh", "Bu" o "Ua") con dolores milenarios provenientes del diafragma. Entonces el sujeto B se asusta y, he aquí el descubrimiento, tiende a imitar la conducta del sujeto A, es decir, abre la boca y los ojos desmesuradamente y grita también de vuelta.

La fealdad, el horror y la anormalidad utilizadas como método por el sujeto A para asustar al sujeto B son, inmediatamente, contagiadas al sujeto B. Si un sujeto C entrara por la puerta en el preciso momento del evento, probablemente se asustaría tanto por el sujeto A como por el sujeto B. Y, dicho sea de paso, muy probablemente también quedaría instantáneamente contagiado.

Nótese que la teoría del contagio no toma en cuenta los rasgos físicos del sujeto A ni del sujeto B. Por supuesto, tampoco del C. Mi tesis (que encuentra su excepción en los ya referidos monstruos magníficos que espantan con la mera presencia) concluye secundariamente que lo que asusta no es el monstruo, sino su actitud violenta, horrenda o, simplemente, espantosa.

Aquí algunos ejemplos gráficos.

MONSTRUOS ASUSTADORES (sujetos "A"):







PERSONAJES ASUSTADOS (sujetos "B")







Por supuesto, siempre cabe la posibilidad de encontrar algún especimen que confunda, con su sola presencia, la causa (asustar) con el efecto (estar asustado). Un dilema irresoluble que no nos deja otro remedio que clasificarlo como "inclasificable" o, más elegantemente, como sui géneris.