octubre 04, 2011

(D)evolución.

La pomposa teoría de la evolución. Una realidad latente en la sicología humana. Un deseo de progreso que yace como impronta en lo más profundo de nuestras cavernas síquicas. Una hipótesis del desarrollo humano que no ha encontrado una barrera argumentativa definitiva como para despreciarse. Desde cualquier concepción naturalista o metafísica del ser humano la evolución es la piedra angular, entendida como mero devenir histórico o como punto de inflexión de la propia fe en la humanidad.

Aun los creacionistas han de considerar la evolución. Pongo por ejemplo lo siguiente: desde el punto de vista católico se cree que el ser humano fue creado por Dios. Sin embargo, atenidos al mito de Adán y Eva, si se entiende como una verdad histórica, se tiene que aceptar que Caín y Abel se acostaron con su propia madre para poblar la Tierra. Es más sencillo aceptar una evolución natural del chango al ser humano en la que hubo un soplo divino y que Adán y Eva son sólo una parábola o una metáfora para entender la mano divina en la historia humana.

En fin, basta de prólogos, prolegómenos y proemios, quedémonos con la idea de que la evolución no se detiene y que ese es un hecho que no se puede negar. Sin embargo, miembros del equipo de investigación de este blog se han puesto a estudiar a un grupo de humanos que podrían ser la clave que los antievolucionistas (como este maestro) están buscando desde que Darwin saltó a la fama. Se trata de “los turistas”.

Desquiciantes, despreciables, embarazosos e inevitables, los turistas se pasean por nuestras ciudades como una plaga, destruyendo nuestros tesoros más valiosos, comiendo nuestra peor y más cara comida y acelerando –quizá sin que nos demos cuenta– la llegada del armagedón. Son ese grupo, y no los zombies, los que verdaderamente pueden contradecir a Darwin. Cargados de mapas y sombreros, están por convertirse en la prueba viviente (no como los zombis que, si llegaran a ser una prueba serían una no-viviente) de que el proceso evolutivo ha llegado a la cúspide y ahora vuelve sobre sus pasos, como si la humanidad fuera un triste Sísifo.

¿Cómo es que la existencia real de los zombis no pone en duda la teoría evolutiva y la de los turistas sí? Muy sencillo. En primer lugar, los zombis fueron antes humanos, por lo que podemos decir con seriedad y razón que un humano devenido en zombi es superior al humano desaparecido al morir, por el simple hecho de que le supera en tiempo sobre la faz de la tierra y porque ya fue (desde un punto de vista metafísico y también biológico) lo que es el otro. Se trata de un paso más allá: punto para la evolución. En cambio, un grupo de turistas representa un paso hacia atrás en el progreso de la inteligencia y de la voluntad, un regreso a la idiotez que se convertirá, en última instancia, en animalidad: punto para los antievolucionistas.

Desde estos argumentos, el clásico esquema de la evolución:



Podría entenderse ahora así:



Por si aún queda alguna duda, analicemos brevemente las facultades humanas que podemos encontrar en un zombi y en un turista, por método comparativo.

1. Inteligencia.
Los zombis saben lo que quieren. Su día comienza con la búsqueda de cerebros. Saben cómo buscarlos, se dirigen sin distracción hacia donde creen que puede haber uno y no descansan hasta que mastican materia gris. Su “vida” tiene una función (básica si se quiere) y todas sus acciones están dirigidas a realizarla.

Los turistas dudan, preguntan, van, regresan, pasan frente a lo que necesitan sin notarlo, compran lo que no necesitan sin notarlo y luego se emborrachan. Así sucesivamente hasta que es tiempo de volver a su país para trabajar y ganar dinero que usarán para viajar y regresar a su status quo de turista, que no es claro ni ventajoso.



2. Astucia.
¿Han intentado venderle un cerebro a un zombi? Es imposible.
¿Han visto a algún turista pasar de largo ante una “oferta”? Yo tampoco.
Creo que queda claro quién es quién en este rubro.



3. Apariencia.
En este caso, siendo objetivos, ambos lucen muy mal y se puede considerar un empate. Si bien algunos zombis fueron feos desde que estaban vivos, la muerte siempre trae consigo una especie de “suprafealdad” difícil de definir. No se sabe bien a bien qué los hace feos, si es la pus, el ojo colgante, las llagas o las piernas rotas, pero son feos (con la salvedad a priori del futuro zombi de Scarlett Johannson dentro de la primera semana postmortem). Los turistas no tienen pretextos tan válidos como decir “bueno, qué quieres, es que estoy muerto y tú sabes, si me peino me tiro el pelo y en la regadera todo se mancha de sangre…” Ellos se ven mal porque les da la gana verse mal. Aun así concedamos un empate.



4. Valor.
Enfrentar la muerte tratando de conseguir la finalidad de la existencia (un cerebro) no es nada fácil (y es acaso loable). Sobre todo si se trata de alguien que ya ha sufrido la muerte y se pone en peligro de sufrirla nuevamente, definitivamente. En contraposición, el turista se cruza la bolsa en diagonal, coge su cartera cuando se sube al metro, le dan miedo los barrios bravos y no aparece por las calles a media noche. Me parece clara la ventaja zombi.



5. Ubicación.
Nunca se ha visto a un zombi consultar un mapa. Asunto resuelto.




6. Movilidad.

Ha de ser complicado correr cuando el hipotálamo ha entrado en necrosis. Sin embargo, el turista tampoco corre. Suele ser gordo, enmaletado, flojo, despreocupado. Empate técnico (sin tomar en cuenta el handicap del rigor mortis y la falta de oxigenación).



7. Comunicación.
Si bien ambos grupos sólo son capaces de comunicarse en su propio idioma (dialecto o cualesquiera manifestaciones corporales) con seres ajenos a su grupo, los turistas tampoco se comunican entre sí. Todos llevan audífonos y tristemente permanecen en silencio (sobre todo las parejas de viejos y los jóvenes alemanes) observando cómo su café se enfría o su cerveza se calienta.



8. Aroma.
Ambos huelen a muerto. Eso, técnicamente, no es oler mal para un zombi.



9. Simpatía.
Nunca hemos escuchado la frase “everybody hates a zombie” en una canción de Pulp, ¿o sí? Tampoco hemos visto películas como “El amanecer de los viajeros japoneses” o “Touristland”. Aceptémoslo, son más cool.



10. Sensibilidad.
Si se entiende como empatía con el género humano y sus logros, gana el zombi. Si se entiende como mero desarrollo de los sentidos, también gana el zombi (¡pueden oler un cerebro o escuchar un ruido a kilómetros de distancia!).

He aquí el resultado del estudio en el que los miembros del equipo de investigación de este blog han estado ocupados durante los últimos meses. Dejamos, a manera de “take away”, un pequeño sumario gráfico para considerable atención y su amable divulgación.