diciembre 18, 2012

Heme Equis.


Trate de explicar a un extranjero las múltiples formas de pronunciar la letra x en México. Ahí lo quiero ver.  

Xola [shola], Xochimilco [zochimilco], México [méjico], Ixtapa [icstapa]. Sólo unos ejemplos de la multiplicidad que refiero. Entiendo algunas, pero no todas las acepciones fonéticas de la letra. Entiendo, por ejemplo, cuando funciona como jota, porque la letra griega x funciona así. También cuando suena como ce-ese, porque así sonaba la equis en latín. ¿Pero cómo es que se le dio el valor de ese-hache o de zeta? Tengo una teoría.

Imagine a un español cualquiera en la meseta del Anáhuac, a principios del siglo XVI —recuerde que los que vinieron acá eran predominantemente españoles cualquiera— enfrentándose a los idiomas nativos de América. Imagínelo, no digamos tratando de entender, sino tan sólo tratando de transcribir lo que decía un maya o un mexica. Imagino que cada vez que un cronista intentó llenar sus libretitas forradas de piel con las andanzas de los ebrios marinos, de los ladroncillos monásticos y de los burgueses secundarios de España, debió encontrarse con serias dudas ortográficas al momento de escribir nombres de personas o lugares locales y tuvo que resolverlas al vuelo para seguir teniendo entre sus manos un texto vigente.

No entraré en la discusión de la calidad literaria de las primeras crónicas, escritas en castellano, de lo que sucedía en América, ese tema me tiene sin cuidado. Procedo mejor a explicar mi teoría. 

La equis tiene una forma básica pero enormemente significativa. En algunas añejas sociedades europeas se usa como la representación religiosa de San Andrés, de quien se dice que murió crucificado en una estructura de madera que tenía esa forma. Pero en otras, y aquí es donde quiero hacer hincapié, la imagen gráfica de la x equivale a realidades más simples.

En álgebra moderna —uso este término tan sólo para diferenciarla del álgebra primigenia, no para situarla en alguna época histórica— se usa la equis para simbolizar una incógnita. La razón es sencilla. Los árabes utilizaban una palabra, cuyo fonema era [shei], para designar una cantidad desconocida. Al pasar esta ciencia a los griegos, el fonema permaneció, pero la grafía de la palabra se convirtió en xei.* La reducción al simple uso de la letra x fue sólo cuestión de tiempo. 

También se dice que el uso de la x como incógnita procede de la palabra griega xenos [jenos]*, que significa foráneo o extranjero. Teoría estimulante, sin duda, aunque evidentemente menos probable que la anterior. De aceptarla, tendríamos que afirmar que los sabios griegos se refirieron poética o metafóricamente a una cantidad desconocida como una cantidad ajena, extranjera, que venía de fuera.

Interesantes posibilidades, ¿no lo cree? Una más directa y la otra con más retruécanos románticos, pero ambas sugerentes. Le explico entonces lo que ya viene siendo evidente, la conclusión de mi teoría de la esquizofrenia fonética de la equis en México y en varios lugares de Latinoamérica. 

Volvamos tras el hombro de los primeros cronistas españoles en nuestro continente. Elijamos uno, parémonos detrás de él, acompáñeme. Imagine ese hábito sucio de fraile (o de fraile sucio), con ramas secas y manchas de aceites ignotos. Imagine una habitación fresca, con piso de tierra. Quizás el ambiente hiede a copal quemado. El encapuchado está inclinado sobre una mesa forrada con fibra de maguey, anotando con exactitud sonora lo que el indígena dice, aunque sin saber qué carajo está escribiendo. Son las primeras impresiones de un mundo nuevo, el periodismo en su forma más primitiva, el enfermo afán del explorador y del misionero de abarcar todas las visiones. 

De pronto, surge el primer fonema extraño. Es una consonante, ¿pero cuál? El fraile no puede perder tiempo, la voz del indígena no para. Registra, registra todo, por dios. No se atrasa. Pronto habrá traductores y él tendrá que leerles todo esto para que le digan qué significa. Quizás sabiduría milenaria, tal vez sólo balbuceos profanos. Quién sabe.

El fraile anota una equis cada vez que no encuentra una letra latina para representar un sonido, dejando impresa la incógnita para pensarla después, cuando no tuviera que seguir escribiendo, porque la voz del indígena no para, es eterna y continua, como el tiempo.

Aunque en ese momento lo ignoraba, el fraile no estaba representando una incógnita en sus textos. Estaba, dios me libre, inaugurando nuevos horizontes para la letra equis en un nuevo idioma español-bastardo, dotándola de nuevos sonidos, de más vida. La equis se convirtió entonces —esta es mi tesis— en la representación escrita de los sonidos indígenas que ignoraban los cronistas porque no tenían correspondencia con su propio idioma, de esas inflexiones del náhuatl que les resultaban ajenas, que sobrepasaban la tozudez de sus oídos. 

El náhuatl, un colorido lenguaje, como el del tzentzontle, sobrepasó la capacidad de expresión sonora del castellano. ¿Qué le parece? ¿Será cierto? En todo caso mi recomendación es que usted y yo lo adoptemos como cierto y que, cada vez que pronuncie una equis en Centroamérica, respire hondo y llene sus pulmones de ese agradable y fresco viento —en su momento el más transparente— que hoy llamamos simplemente orgullo.

* [Los caracteres griegos se sustituyeron automática y arbitrariamente a latinos. No supe cómo corregirlo, ofrezco disculpas]